Rancho Las Voces: Libros / España: Tres libros y dos anécdotas para entender a Emilio Lledó
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jueves, mayo 21, 2015

Libros / España: Tres libros y dos anécdotas para entender a Emilio Lledó

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Emilio Lledó, ayer, en la Casa del Lector.  (Foto: Bernardo Díaz)

C iudad Juárez, Chihuahua. 20 de mayo de 2015. (RanchoNEWS).- Un niño lee mientras caen bombas sobre la ciudad. Se refugia en las palabras, juega con personajes de novela, se pierde en las historias del pasado. Así fue la infancia de Emilio Lledó: un niño que lee para no ver la muerte, que espera que pasen los bombardeos para reanudar la lectura. Con una sonrisa de paradoja Lledó siempre ha confesado que, a pesar del horror, la Guerra Civil fue una de las etapas más felices de su vida. Como aquellas clases en las que aprendió qué era la libertad gracias a un profesor, don Francisco, que después de leer pasajes de El Quijote invitaba a los alumnos -de apenas ocho o nueve años- a reflexionar sobre qué les sugería esa lectura. Niños que aprendían a pensar libremente mientras afuera triunfaba la guerra. Escribe Eva Díaz Perez para El Mundo.

El pensador luminoso acaba de ganar el Premio Princesa de Asturias que se incorpora a la extensa galería de galardones que ya posee y que sólo confirman la relevancia de un intelectual de referencia que debería servir como brújula ética de este país sin rumbo. Sus opiniones sobre el valor de la educación y las humanidades deberían sonrojar a los que están intentando acabar con ellas, pero ya sabemos que tener dignidad y conciencia no es precisamente una virtud nacional.

Hay que aprovechar que el discreto Emilio Lledó aparece en los telediarios y en la prensa por la actualidad de su premio. El presentismo y sus banalidades dejan poco espacio a los grandes hombres, así que no es mal momento para rescatar tres libros fundamentales, obligados, necesarios para quien quiera adentrarse en el mundo de lucidez de este pensador cuyo edificio intelectual se basa en la memoria -como amplificadora de lo vivido- en este tiempo de olvidos intencionados, la tradición humanística y la concepción hermenéutica del lenguaje.

Estudios en Alemania

Con apenas 22 años, Emilio Lledó se marchó a Alemania con una maleta de cartón. Y allí se convirtió en discípulo del gran Gadamer, el filósofo alemán autor de Verdad y método y a su vez discípulo de Heidegger. Ahí está la huella del maestro de la hermenéutica y su relación con la historia y el lenguaje. Hay un libro sumamente interesante de Lledó Los libros y la libertad (RBA, 2013), un homenaje a la cultura como fuerza transformadora de las sociedades enfermas y a los libros como  «el recipiente donde reposa el tiempo». Lledó siempre ha reivindicado la memoria colectiva guardada en los libros, la memoria que nos conecta con los grandes hombres del pasado y que permite que cada generación no empiece desde cero sino con todo el bagaje de los que pensaron antes. Una reflexión que va contra corriente del memoricidio triunfante. «Si no tuviéramos memoria, no sabríamos quiénes somos», apunta Lledó.

Otro clásico de Lledó es El silencio de la escritura (Espasa), que fue Premio Nacional de Ensayo en 1992, y en el que reaccionaba precisamente ante una época cuyo lema parecía ser el olvido como única forma de futuro y progreso. Lledó denunciaba ese salto al vacío sin sentido y reivindicaba el derecho a la memoria y a la escritura, porque la historia personal de cada uno se manifiesta en la lengua. Pensar en las palabras, así podría definirse una de las obsesiones de Lledó por el lenguaje. «Somos lo que hemos aprendido, lo que nos han enseñado», asegura. De ahí su batalla por la defensa de la educación y la formación.

En su memoria han quedado también sus orígenes andaluces. Él nació en Triana en 1927, pero sus padres eran de Salteras, un pequeño pueblo del Aljarafe sevillano cuya biblioteca lleva hoy su nombre. Con apenas seis años destinaron a su padre a Vicálvaro, pero a él lo enviaban los veranos a casa de su madrina en Salteras para que aliviara el hambre de todo el año. Esa época está llena de nostalgias agridulces.

Clases a emigrantes

En sus años de estudio en Alemania, Emilio Lledó estaba fuera de su lengua materna, balbuceaba en alemán. Y así fue su encuentro con el filósofo Gadamer en su despacho. Terminaron hablando en francés.

Cuando él se encontraba estudiando comenzó a dar clases de alemán a los emigrantes, en su mayor parte andaluces. Gente, como ha dicho en más de una ocasión, que nació con el no escrito en la frente: no al pan, no al trabajo... Lledó siente un profundo rechazo por el desprecio que el Norte suele hacer del Sur por los estereotipos de la pereza y la indolencia. Critica con ferocidad los tópicos porque sabe que cuando se encasilla a los andaluces casi nadie piensa en andaluces como él,que quedan rápidamente asimilados como producto nacional, sino en una galería intencionada de personajes listos para la comicidad despectiva.

La conversación con Emilio Lledó o la lectura de cualquiera de sus obras tiene la capacidad de reunir a los grandes del pasado. Se tiene la sensación de que él ejerce de maestro de ceremonias que va dando paso en la charla a Platón, Tucídides, Sócrates, Kant, Spinoza... El Surco del tiempo es una reivindicación del Fedro platónico al replantear las relaciones entre la escritura y la memoria, la felicidad y la amistad. Todo lo que germina cuando el tiempo hace sus surcos sobre la tierra de la memoria. Como en el hermoso poema que Joan Margarit le dedicó, Filósofo en la noche: «La dura vejez pone en la mirada/ unas largas playas igual que en la Ilíada».


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